martes, 24 de noviembre de 2015

Nunca supiste valorar la simpleza de vernos brillar.

Y que tus manos, más que acariciar mi cuerpo, acariciaban mi alma.
Y tus besos eran la cura de todas las heridas de mi corazón.
Y tus abrazos unían todas mis partes.
Y tus sonrisas iluminaban mis días, mis tardes y mis noches.

Tal vez no eras la persona más bonita del mundo... pero hacías de mi mundo el lugar más bonito de todos.

Y tus manos eran el portal a la alegría eterna.
Y tus ojos mis ganas de no tener más sueño.
Tu voz me mantenía despierta todo el tiempo, y sólo descansaba cuando descansaban tus ojos.

Y te extraño, es cierto.
Te extraño más de lo que me imaginaba... y aunque te pinte de rosa en éste y otros mil versos... ni eras lo que imaginé, ni merecés que te extrañe, ni nada.

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